Me despierto algo desorientada. Siento el tacto de las sábanas de seda bajo mi piel dorada, la caricia del sol sobre ella. Estoy apartando el pelo de la cara cuando de los dedos percibo el olor a sexo de mi anfitriona. Ummmm, empiezo a recordar.
Mis dedos juguetean acondicionándome la mata de pelo castaño del pubis. Murmullo y ronroneo de forma calculadora extendiendo mis brazos a lo largo y ancho de la cama, buscándola. Cuando por fin rozo lo que creo es una de sus voluptuosas tetas, me giro casual y retozonamente. Pero al otro lado solo yace una furcia borracha. Bonita eso sí, sin embargo me disgusta sobremanera su presencia en mi despertar. La abofeteo y antes de que acabe de reaccionar, cuando ya esta despierta, la abofeteo otra vez. Que no dude ni un segundo de donde está su lugar. Se encoje y sumisa retrocede hasta postrarse ante mí. ¡Qué placer! Paladeo su miedo, su complacencia, y recuerdo con lujuria la pasada noche. Eso me pone de mejor humor.
-¡Lárgate de aquí! –Le siseo con desdén, mientras le indico con la barbilla la oscura salida del servicio, y me entretengo unos segundos en apreciar como gatea hasta la salida. Un asunto resuelto, no me gusta que distraigan la atención que debe ser solo mía.
Sedas de cálidos colores, decoran los aposentos de la pontífice, avanzar a través de ellos, es ir apartando velo tras velo, descubriendo los diferentes espacios. Me deslizo con gracia, con elegancia entre las columnas de mármol, sobre el suelo cubierto de exóticas alfombras.
Nunca se sabe quién puede estar observando.
Pero al acercarme a la gran balconada oigo voces. La suma sacerdotisa Nulka está aquí, en audiencia privada. Respiro hondo, he entrenado esta situación cientos de veces. Cubro mi desnudez con mi habito de acolita, y me acerco con la mirada baja, tanteando el ánimo de la conversación.
-Han captado mi presencia. –Detecto por el rabillo del ojo. Continuo avanzando mientras ellas deliberadamente me ignoran. Súbitamente la suma sacerdotisa contiene la respiración, me detengo cerca, haciendo notar mi presencia, pero sin provocar.
Hablan de los juegos sagrados, de las victorias consecutivas de nuestra casa ante las otras congregaciones de la fe. De cómo la diosa nos ha escogido, en la arena del coliseo, para que sea nuestra ortodoxia la que dirija el destino de la humanidad. Desde la balconada observan el gran anfiteatro, los jardines y plazas que lo rodean, pero sobretodo, las santas sedes de las otras tres facciones. Y maquinan, y conjuran para que no sea su abominable tergiversación de las escrituras las que nos gobierne a todas. Aberraciones interpretativas de los textos que solo nos debilitan como raza.
Sin duda es un gran momento el que orquestan. Diosa Santísima, continúan hablando en mi presencia, ¡Me incluyen en esta gran ceremonia!
Sin duda es un gran momento el que orquestan. Diosa Santísima, continúan hablando en mi presencia, ¡Me incluyen en esta gran ceremonia!
He escalado muy duramente hasta esta posición de confianza y por fin hoy me permiten participar. Permanezco en silencio con la mirada baja, aspirando la fragancia matinal que asciende desde las flores de los jardines, sintiendo el corazón latir desaforado en mi pecho, escuchando atentamente toda la conversación.
-Llévate a Isil al templo. Quiero que participe en la preparación. Será mis ojos y mis oídos. Ya va siendo hora de que empiece a asumir responsabilidades. – dice la pontífice girándose hacia mí. Me apresuro en arrodillarme y besar su mano en silencio. Gracias Divina Madre, cantaré osanas y aleluyas a ti el resto de mi vida. – Durante unos instantes permanezco postrada hasta asegurarme de que las piernas me van a sostener.
-Estoy de acuerdo excelencia. Ya ha demostrado su lealtad a la santa sede en muchas ocasiones. Pero antes deberíamos ordenarla. -sonríe la suma sacerdotisa. Tras lo cual, ante mi mirada atónita, sale a organizar los preparativos.
Momentos después me hallo en una capilla privada, dentro de los aposentos de la pontífice, y en una cuidada ceremonia con pocas pero escogidas testigos, pronuncio los votos y me ordenan sacerdotisa de La Diosa.
Cumplido mi sueño, escoltadas por las paladinas de la guardia sacra, avanzamos por las galerías principales hacia la capilla central, mientras criadas de la orden abren los portalones a nuestro paso. Con orgullo aprecio las miradas de las demás acolitas puestas sobre mi y sobre los nuevos ropajes de sacerdotisa que luzco.
Por fin voy a ser testigo, a celebrar el ritual que garantiza nuestra hegemonía.
Sacerdotisas del más alto rango han preparado el sanctasanctórum de La Madre. Me acogen entre ellas con naturalidad, con confianza como si me estuviesen esperando desde siempre. Y yo me integro, ayudo en la preparación del ritual. Durante largo tiempo celebramos la misa, entonamos los sagrados mantras, avivamos las sagradas llamas de La Imagen de nuestra Bendita Luz, bendecimos la armadura de La Diosa, y pulimos las armas que portará nuestra adalid en los juegos sagrados. Y entonces aparece en el fondo de la sala.
Es hermoso como un dios. -Lo acompañan la decena de sacerdotisas que lo han estado preparando. Su cuerpo desnudo, musculoso, impregnado por aceites deslumbra a la luz de velas y antorchas. Nunca antes habíamos visto un ejemplar así. Puedo observar como todas mis nuevas hermanas centran la atención en su miembro, que oscila de un lado a otro mientras le ayudan a llegar al altar. Camina torpemente ayudado por las diaconas, subyugado por beber la leche de la amapola, y aún así se adivina su fuerza, la agilidad felina de sus pasos.
Todas aquí, vírgenes, esperamos ansiosas el ser elegidas para procrear. Tan solo una vez al año desde lo alto de las murallas podemos observar el serrallo de los hombres. Dar una imagen a nuestros oscuros deseos mientras agonizamos, nos secamos por dentro, obedientes al poder supremo, con la tenue esperanza de fornicar con los Huríes. Es extremadamente raro que una mujer conciba a un hombre. Por lo que rápidamente son separados y criados aislados. Algunas entre el pueblo llano incluso creen que son solo un leyenda. A menudo entre las obtusas e iletradas sirvientas, he escuchado las más inverosímiles historias a cerca de los hombres y la concepción, todas procedentes de sus mentes creadoras de mitos. Pero yo he visto el templo de fecundación, los orificios en los murales esculpidos. Orificios por donde disponen sus miembros los hombres, que luego las elegidas se introducen para ser fecundadas. Y ahora por fin puedo ver de cerca a uno de ellos en persona.
Las hermanas lo acuestan sobre el altar y le sujetan las extremidades con tiras de cuero. Todas empezamos a tejer los sutras a su alrededor, lenta y armónicamente. Nos situamos alrededor del altar, tocamos su carne por espacio de unos segundos para luego retroceder. Las llamas al pie de la imagen crepitan con fuerza a medida que los cánticos suben de volumen. Nos dejamos impregnar por el humo que desprenden los incensarios, y poco a poco todo se vuelve irreal. En este momento, dentro de mí, siento la sagrada comunión con mi creadora.
Y entonces llega el momento esperado, la suma sacerdotisa Nulka se adelanta y me hace un gesto para que me acerque. Las otras hermanas ocupan su lugar, mientras dos de ellas nos ponen los sagrados mantos sobre los hombros, y me entregan la urna con la daga bendita. Las diaconas se sitúan en torno al hombre y lo sujetan contra el altar. Aprecio en medio del éxtasis como está aún despierto, hasta que una hermana con un báculo de madera lo deja inconsciente.
Los cánticos suben en ritmo y volumen a mí alrededor cuando la suma sacerdotisa, coge la daga de la urna, su afilada cuchilla lanza destellos ante la furia de las llamas de La Imagen. Y entonces sujeta con fuerza el miembro del dios. Excitadas, jadeamos elevando los cánticos, observando cómo lo constriñe en su mano elevando una plegaria a la diosa. Luego procede a seccionar el grueso pene, hasta que se desprende limpiamente y lo entrega a una de las sacerdotisas, que con reverencia lo deposita entre las llamas para que sea consumido por nuestra Bendita Ama.
Creo estar tocando el cielo con las manos y siento mi sexo mojarse cuando corta los testículos, la fuente del poder creador, y nos lo entrega. Aprecio con deleite como mis hermanas los devoran, carne, sangre y el misericordioso liquido reproductor en sagrada comunión. Espero mi turno hasta que me llega un fragmento y lo hago uno con mí ser. ¡Al fin he sido bendecida!
Luego todo transcurre como en sueños mientras feminizamos a nuestra futura adalid. Limpiamos y preparamos su sexo, dándole forma. Con nuestras oraciones cicatrizamos su herida y destruimos los nervios que causan dolor. Y la armadura que ahora sí se adapta a su cuerpo es acoplada entorno a ella.
La llevamos a la sala de preparación, donde dormirá y descansará, para mañana salir a la arena a ganar, como nuestra casa lleva haciendo desde hace siglos, por el bien de la humanidad.
Kwentaro, catorce de noviembre del dos mil ocho.
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