Invierno del año de Nuestro Señor de mil quinientos setenta y dos. Riberas del rio Fluviá, cerca de Besalú, comarca de la Garrotxa.
Te resguardas entre los arbustos que hay a un lado de la encrucijada, a la sombra de una cruz de piedra. Tan vieja que parece confundirse con el bosque y tan arropada por la frondosidad de los arboles que a buen seguro que más de un caminante nocturno ha pasado a su lado sin verla. Aguardas hasta que ves aparecer a los dos viajeros vespertinos. Durante un instante parece que sus mulas captan tu olor pues bufan incomodas, pero sus dueños las ignoran y empiezan su conversación.
-Disculpad si perturbo el agradable silencio que entre nos se ha creado durante este viaje, buen Adrià. Mas me hallo perdido sin remedio con las tortuosas y enrevesadas curvas de este camino real. El ingeniero que lo ideó dispone de tanta habilidad, como sutileza un ladrillo arrojado tras un ladronzuelo de mercado. ¿Podríais decirme a dónde conduce esta desviación?
-Amigo Mateu, mi dedo os dará la respuesta, pues va contra mis reglas hablar cuando los signos bastan. Allí está el camino a Vic, y allí el de Besalú.
-En buena hora mi camino se juntó al vuestro, amigo Adrià. Bien es sabido que en aquesta época de oscuridad no es fácil encontrar gente honrada que auxilie a un pobre comerciante como yo. Mas decidme por San Crispín y San Crispriniano, ¿Qué os lleva a Besalú?
-La más sagrada de las misiones, buen hombre. El tribunal del Santo Oficio me ha encomendado el esclarecimiento de ciertos signos de brujería que asolan aquesta región. Es deber de la Santa Iglesia dirigir al pueblo en época de cambios, llevarlos cual corderos por el camino de la luz y dejar atrás la época de oscurantismo que ha impregnado aquesta tierra nuestra por más de un milenio.
-Veo que sois hombre de Dios y además ilustrado, monseñor Adrià. Estaréis al tanto de esa nueva locura de la que se habla por doquier, y no me refiero a esos malditos hugonotes que tratan de salvar los pirineos no, si no a esa tan cacareada frase que se escucha en las aulas de Cervera: “In medio ómnium residet sol”. Quién nos iba a decir que íbamos a dejar atrás las enseñanzas de Aristóteles por las de ese prusiano, Copernicus.
-No veo yo esa locura de la que habláis tan a la ligera amigo Mateu. No en vano la iglesia es el mayor exponente de la razón, y ya adelantaba el cardenal Nicolás Cusano hace un siglo lo expuesto por Copernicus, que de hecho no hace otra cosa salvo rescatar las teorías de Heraclides, Póntico y Aristarco, grandes filósofos donde los haya.
-Cierto es, cierto es, ruego a vuecencia me disculpe. Mucho tiempo nos sumió San Agustín en la obra de Platón. Más decidme que no sentís cierta inquietud ante esas teorías de que la tierra no está quieta, que se desplaza por el cielo junto con las otras estrellas, ¡Dicen que encima gira sobre si misma!
-Ja ja ja, sois buen hombre Mateu, pero simple. Hacedme caso y no desoigáis mi consejo. Que no es otro sino el de que dediquéis vuestro esfuerzo a mejorar ese arte vuestro del mercadeo, y abandonéis este inútil parloteo, esta rumorología de taberna, que solo extiende confusión entre el pueblo llano. A saber donde lo habréis oído.
-Se hará como decís monseñor. Tengo plena confianza en que sabréis disculpar mi ignorancia ante estas revolucionarias ideas. Tan solo me hacía eco de las diatribas sin sentido que se oye decir a nuestros Tercios, que de permiso de nuestra guerra en Flandes, se exceden con el alcohol en los lupanares de Girona.
-Disculpado estáis mercader, en otros tiempos os harían quemar, pero vivimos tiempos modernos buen Mateu, nuestro querido Felipe II, extiende nuestro imperio por Europa y las Américas, y hemos de estar abiertos a nuevas influencias.
Arrugas la nariz ante el olor penetrante que dejan atrás las bostas de las mulas y observas como los dos hombres continúan su incesante parloteo. Remontan el camino boscoso que siguiendo el curso del Fluviá corre hasta unirse al Capellades, el segundo rio que rodea Besalú por el norte. Sus sombras, en la oscuridad del atardecer, son tragadas por la espesura en seguida. Sus voces se apagan momentos después.
Así que te giras y trotas de regreso, con el hocico bien pegado al suelo siguiendo el rastro de venida. Al llegar a un cerro, ante la visión de una gran luna creciente en el horizonte, aullas. Aguardas unos segundos hasta reconocer el aullido de tus hermanos dispersos en la región. El invierno se acerca, pronto llegará el momento de correr de nuevo con la manada.
Poco después el resplandor de una hoguera te indica la localización de la cueva. Te yergues orgulloso en la entrada y lanzas un tenue gruñido para hacer sentir tu presencia. La joven desnuda y desgreñada del interior se gira hacia a ti, recortando su figura contra la hoguera. Se acerca a ti en seguida, gateando, olisqueando el aire, y gira en torno tuyo reconociendo tu olor, exponiendo también su entrepierna para que la reconozcas. Luego su mirada se clava en la tuya, sus ojos negros centellean a la luz de la luna, y le muestras lo que has visto.
-San Jeroni nos envía uno de sus perros inquisidores. –murmura para sí. Retrocede hasta la hoguera donde uno de los cachorros se le sube por los muslos para mamar de sus pechos. En cuanto empieza a susurrar y lanzar extrañas hierbas a la hoguera retrocedes fuera de la cueva. Tu sensible olfato se irrita mucho ante la peste que desprenden sus conjuros.
Algunos de tus hermanos aparecen en la noche, nerviosos, preparándose para la cacería. Lanzas un gruñido de desaprobación cuando ella sale fuera erguida sobre sus patas traseras. Pero te lanza esa mirada salvaje que incendia tu corazón. Coge aire y arqueando la espalda lanza un aullido a las estrellas. Los demás empiezan a saltar de un lado a otro excitados y uno a uno, tú el primero, os unís a ella. Elevando la llamada. Pronto los cerros y colinas cobran vida y el eco del aullido es repetido en la lejanía por vuestros hermanos. ¡Esta noche la manada es convocada!
-¡San Luciano nos asista! Debí ceñirme un arma al dejar Girona. ¿Escucháis la llamada de esos lobos monseñor Adrià? A buen seguro que aúllan desde alguna puerta a los infiernos. San Fructuoso nos ampare. Debimos guarecernos en aquella masía, maldita la hora en que me dejé arrastrar por los caminos a estas horas intempestivas.
-¡Chitón Mateu! Que no os falle ahora el coraje. Nada ha de temer aquel hombre que frágil de cuerpo, lleva en su corazón la fuerza verdadera de la Fe y de la razón. Además llevo conmigo una clavícula de San Cipriano, que monseñor Agustí de Monsant, el abad del monasterio de San Jeroni, tuvo a bien darme por si encontraba complicaciones innaturales en mi camino.
-En verdad espoleáis mi bravura y siento como el valor crece en mi pecho, pero por el santo de mi nombre y todos los santos que han vivido y muerto en esta tierra, ¡Espolead a vuestra mula! Que quiero hacer frente a esos diablos en Besalú, con más ayuda que la de mi brazo, vuestro brevario y esa santa clavícula.
Saltas la valla, acortando camino por el campo cultivado. La gran loba albina que es la líder de tu manada corre a tu lado, cambia de forma incesantemente según necesite sus patas delanteras para escalar algún cerro o para correr por un llano. Tus hermanos avanzan a tu alrededor en silencio, acelerando su paso al ritmo que la emoción de la caza, acelera tu corazón.
Momentos después coronáis una colina desde la que veis a vuestras víctimas. Un aullido de triunfo, salvaje, emerge de tu garganta. Aún se hallan a medio camino entre vosotros y el puente fortificado que lleva a la ciudad de los hombres. Ya sois legión y avanzáis en silencio como un único ser, toda tu atención centrada en cazar al ser investido de santo poder que persigue a vuestra señora. Un sordo gruñido va creciendo en tu pecho, y en el de tus hermanos, a medida que cerráis el cerco.
Puedes observar la carrera desesperada de las mulas, las miradas temerosas de la escoria humana hacia la oscuridad que os cubre. Cuando tu matriarca se detiene, olisquea el aire y luego estupefacto observas como súbitamente cambia de forma para reír a carcajada limpia. Tus hermanos cercanos la miran desconcertados. Ella gruñe ordenando que nos detengamos.
-No hay poder de Dios en estos hombres. Bendita sea esta era de renacimiento. Dejemos que se vayan, que propaguen su ciencia y su razón por la tierra. Tanto mejor para los míos.
Y con una última carcajada vuelve a su forma natural, y trota en dirección opuesta. Tras unos segundos de indecisión, la seguís. Os lleva hacia una granja cercana donde desatar vuestra sed de sangre. Allí la observas, vuestra era de terror llega a su fin, puedes ver como sus ojos miran al norte, hacia las montañas. Ahora ya no es necesario ocultarse en los valles perdidos que plagan el Pirineo. Podéis quedaros aquí y desaparecer… en las leyendas.
Kwentaro, veintinueve de noviembre del dos mil ocho.