Sobresaltado me incorporo desnudo. La luz del sol me ciega y a mí alrededor percibo el murmullo de las olas contra las rocas. Como la situación parece tranquila opto por dejar los ojos cerrados un rato más. Me los restriego con las manos pringosas, cuando de éstas capto un olor a carne y vino. Luego levanto el brazo para rascarme el pelo grasiento y me llega un hedor del sobaco, que seamos sinceros, huele a algo en conserva.
No hace falta un examen exhaustivo para darme cuenta de que estoy sobre una roca rodeado de mar. Pulida por las olas y cubierta de algas resecas, la verdad es que no se está nada mal, así que opto por seguir tumbado. El sol cada vez mas alto calienta mi piel y un leve dolor de cabeza empieza a hacer su aparición. Resaca probablemente.
-Dónde están las gafas de sol cuando de verdad las necesitas. –Murmuro al aire mientras me rasco la piel justo al lado de los huevos, el típico sitio que te pica cuando, y aquí se me pone una sonrisa en la cara, has pasado una noche más movida de lo normal.
Tengo que hacer memoria me digo. Pero unos segundos después me doy cuenta de que no recuerdo nada. ¿Donde estuve anoche? y más importante ¿Donde estoy ahora? Y aquí ya me incorporo para, apoyado sobre un codo, otear a mi alrededor. Poco a poco me voy levantado, para acabar de pie girando, observando un océano infinito. Un horizonte vacio, sin barcos, sin islas, hasta sin nubes…
Va a ser un día muy largo. Y yo sin gafas de sol y este dolor de cabeza. Olisqueo el aroma a sexo de los dedos tratando de recordar, cuando ¡vaya! tengo las uñas hechas un asco. Y los nudillos algo machacados.
Un colage empieza a formarse en mi cabeza mientras paseo por mi roca de dos metros cuadrados, carne, vino, sexo, pelea,… wow! ¡Menuda juerga la de anoche! Cuando se lo cuente a los colegas... Por cierto ¿Dónde están? ¡Ja! Y el primer pensamiento que me llega a la cabeza es: ¡Qué cabrones! Gastándome una broma pesada. Seguro que vienen al atardecer descojonados de la risa, esperando encontrar un Sam muerto de miedo.
¿Pues sabes que? Ya me apetecía un día de relax y tranquilidad. Y vuelvo a recostarme sobre el lecho de algas secas, amontonando unas pocas para que, aparte de toalla, me hagan de almohada. Transcurren las horas en calma, arrullado tan solo por el tenue murmullo de las olas, no se oyen ni las gaviotas. Estiro los pies y los brazos en completa libertad. De vez en cuando me refresca el spray marino, pero cuando el sol esta bien alto comienzo a sudar. Y cuando una ráfaga de aire me trae mi hedor empiezo a plantearme un baño.
Dios, los días de resaca debería estar prohibido bañarse. Con un suspiro de resignación me ruedo hasta el borde de la roca y dejo caer los pies hasta el agua, pero en lugar de la esperada agua gélida, mis pies se apoyan en algo peludo. Cero coma dos segundos después he retirado los pies, me he puesto en pie de un salto protegiéndome con una mano los huevos y la polla, que con esto del calor se ha puesto algo más morcillona de lo normal, y observo suspicaz el borde.
Armado de valor me acerco para ver un metro más abajo un león marino flotando boca arriba. El bicho me mira indiferente mientras flota al pairo. Sobre su tripa manipula con las aletas un gran pescado, que sin dejar de observarme se va zampando glotonamente.
-Podrías darme un poco ¿no?- le digo en coña, y él me responde con una serie de gañidos y aullidos burlones. Sonriendo intento responderle en su idioma, lo que desemboca en un autentico concierto y dialogo de besugos que hace que acabe partiéndome el culo.
Al rato nos hemos hecho amigos y hasta me ha pasado un trozo de su almuerzo, que todo hay que decirlo, está estupendo. Confiando en que no me va a devorar tras el atracón de pez que se ha metido, decido asearme y nadar un rato con mi colega. Me pongo boca abajo y me deslizo con cautela por el borde, estirando los pies para llegar al agua. Pero cuando ya tengo medio cuerpo colgando, noto un hocico mojado que me olisquea el culo. Del susto se me van las manos, precipitándome al agua. Y en mi desesperación me agarro a la alfombra de algas secas que me hacía de toalla.
Mi pensamiento mientras me hundo en el mar está dedicado en su totalidad al diagrama que he visto tallado en la roca y que se hallaba oculto por los restos de las plantas. De repente pienso: si no se oyen ni las gaviotas, es que debo estar muy lejos de la costa. Y ese diagrama, demonios, ¡Me es muy familiar!
Diez minutos después estoy tirándole la bronca a Otto. La roca pulida frustra todos mis esfuerzos de escalarla. Y mis manos y pies mojados no ayudan en la tarea de trepar.
-¡Buena la has hecho colega! Ya podrías haberme avisado antes de bajar. -Le digo.- Pero el muy animal considera mi enfado otra forma de jugar y para cuando me doy cuenta estoy enzarzado en una pelea de agua, que él, con la pala de su aletas, gana con diferencia.
Decido bucear alrededor de la roca buscando algún saliente en el que subirme para llegar cómodamente a lo alto, pero la roca, como si de un pilar se tratase, emerge recta desde las profundidades insondables. Sin embargo mi vana intentona resulta fructífera: bajo el agua detecto más líneas esculpidas en la roca.
Aguantando la respiración exploro los petroglifos. Una idea escurridiza me esquiva, cubriéndose bajo los restos de la resaca. Pero para cuando parece que la voy a cazar Otto me despista tratando de jugar conmigo. Nuestra relación ha pasado a otro nivel, he descubierto que le encanta que le rasque entre las orejas.
Un buen rato después emerjo de una de mis exploraciones. He barajado las teorías mas absurdas, sin pararme a pensar donde he aprendido tantas cosas de arqueología, antropología y paleontología. Teorías que dejo aparcadas en espera de que se me ocurra algo mejor. Observo a mi alrededor, extrañado por la súbita desaparición de Otto.
Entonces la imagen de un enorme tiburón blanco se me pasa por la cabeza. Sobre todo de la boca del tiburón. Ohh mierda, me digo mirando nerviosamente hacia todos lados. Como son las cosas de la mente, sugestionándome con un bicho inexistente. Demasiadas películas. Sin embargo me sumerjo paranoico intentando distinguir algo en el agua clara. Retrocedo hasta apoyar la espalda en la roca y golpeo el agua con la mano gritando el nombre del bonito león marino. Luego paro asustado cuando se me ocurre que eso puede atraer a algún escualo. De repente sí que me siento desnudo e indefenso.
Entonces Otto me ladra algo desde lo alto de la roca. El miedo se transforma en furia controlada así que, tras aguardar un segundo, me giro para, de un salto, agarrarle una pata. Tiro de ella para atraerlo hacia mí y así poder golpearlo en venganza por el mal trago, pero él con sus cien kilos retrocede arrastrándome, con lo que me sube a la roca.
Agradecido por subirme decido “perdonarle la vida”. Luego me tumbo de nuevo en la roca caliente y mientras descanso de la larga estancia en el agua, descubro que Otto es una chica.
Pasan las horas y distraído acaricio el pelaje de mi amiga. Está atardeciendo y no se aprecian barcos en lontananza. Cuando intento recordar mi pasado cercano, tan solo logro que se me acentúe el dolor de cabeza. Empieza a darme la sensación de que algo no va bien. Y no lo digo refiriéndome a esta absurda situación, si no a algo dentro de mi cabeza.
La marea ha bajado, añadiendo al metro inicial unos buenos dos metros más hasta el agua. Unas marcas claras empiezan a aparecer a intervalos equidistantes bajo el agua. Todas a mucha distancia alrededor mío. Un rato después se constatan como piedras pulidas como la mía, que a modo de círculo rodean mi roca.
He decidido llamar a mi roca: el monolito. Y aunque se trate de compañía inerte, lo cierto es que la presencia de sus hermanas pequeñas me ha puesto de mejor humor. Calculo están a unos trescientos metros de mi roca. Son ocho y decido llamarlas como los vientos: Mistral, Gregal, Xaloc, Llebeig, Tramontana, Poniente, Levante y Mediodía.
Una pena que cuando suba la marea, vuelvan a quedar bajo el agua. Quizás, si mañana aún no me han rescatado me acerque nadando y bucee para observarlas. Pero por el momento y dada la difícil escalada al monolito, decido pasar la noche en ella junto al cálido cuerpo de Otta.
La noche es negra como boca de lobo, sin luna. Curiosamente apenas distingo las estrellas. Por un momento me parece distinguir alfa y beta centauri, pero cuando intento cruzarlas con la cruz del sur no encuentro nada. Al final el típico sopor que te impregna tras un día de playa se apodera de mí.
Sobresaltado me incorporo desnudo. La luz del sol me ciega. Tengo la boca pastosa y entonces recuerdo. Menudo sueño me digo, cuando oigo el tenue murmullo de las olas contra mi roca. Mi brazo se detiene a punto de rascarme el pelo. Y lentamente miro alrededor mío.
Otta desperezándose me mira a su vez. Ladea la cabeza, como preguntando ¿Te pasa algo Sam? Y cuando estoy a punto de cubrir mi cara con una mueca de desespero, veo que la marea no ha vuelto a subir. Una mueca de miedo y perplejidad se me graba en la cara más profundamente que los petroglifos de la roca. Como si alguien hubiera quitado el tapón del fondo del océano, mi roca se eleva unos buenos ocho metros sobre el agua. A mi lado Otta gime quedamente observando el largo salto hasta el agua.
Mi mente racional empieza a funcionar a toda velocidad. Poco a poco empiezo a recordar detalles acerca de la existencia de grandes mareas como estas. La del estrecho de Magallanes o la del Mont Saint Michel, incluso de algunas de once metros en Nueva Escocia. ¡Pero vaya! Nunca había oído de una diferencia tan grande en el océano profundo.
Algo más tranquilo me siento. Sin duda esto quiere decir que no estoy tan lejos de la costa como pensaba. Quién sabe, ahora desde aquí arriba puedo observar mejor el horizonte. Tal vez aviste una montaña. Con la ayuda de Otta me arriesgaría a una travesía a nado si la costa solo estuviera a una decena de kilómetros…
Mi león marino empieza a ponerse nerviosa. Alternativamente mira al agua y me mira a mí. Luego se acerca al borde resbalando con las patas delanteras. Y sin saber por qué, se me encoje el corazón del susto ante la idea de perderla. O tal vez sea, ante la idea de quedarme solo sobre el monolito, así que me acerco a calmarla.
Estoy en ese proceso de abrazarla, acariciarla y susurrarle palabras tranquilizadoras al oído, cuando sobre la roca del sureste, la que he llamado Xaloc, veo tendida una figura desnuda. Tardo unos segundos en reaccionar. Pienso en algas, en otro león marino, pero no, sin duda se trata de una persona. Tumbada como está no la distingo bien, pero por el pelo largo y las caderas parece una mujer. Bueno, realmente lo que es esclarecedor es la ausencia de vello corporal me digo con una sonrisa. De cualquier forma, parece que esto mejora.
A medida que trascurre el día el cielo se va nublando. Más que traídas por el viento parece que las nubes se han condensado sobre nosotros. El mar se ha vuelto gris como el acero. Pero lo peor es que cada vez está más abajo. Ya ha pasado de los doce metros, y desde luego no estoy en Nueva Escocia. Desde luego que no.
Todos los intentos que he hecho para despertar a la chica de Xaloc han resultado inútiles. Desde gritarle a hacer aspavientos con los brazos. Otta generosamente se ha apuntado a toda la obra y ha coreado mis gritos y mis saltos, pero la chica no reacciona. La suya sí que debe de ser una resaca monumental.
Al rato una lluvia torrencial se desata sobre nosotros. La sed, que hace horas que trato de ignorar, me asalta cuando veo la lluvia acumularse en los resquicios de los petroglifos. Y no me avergüenza decirlo, me paso sorbiendo los huecos llenos de agua de la roca unos buenos quince minutos hasta que se me llena la barriga. Incluso ignoro el hocico de Otta cuando vuelve a olisquearme el culo.
Satisfecho levanto la vista para ver que la leona marina se está orinando sobre la roca. Tenemos que establecer unas normas básicas de convivencia. Empecemos por: “no mearse donde bebemos y dormimos” ¿Te parece?
El aguacero va a más. Y el océano a menos. La mar pasa a ser mas brava y la lluvia mas torrencial. Un aullido de Otta me hace centrar mi atención en Xaloc. Nuestra desconocida visitante parece estar despertándose. Me levanto para hacerle señas, cuando ésta desorientada se incorpora. Paso de las señas y empiezo a gritar advertencias pero la chica aturdida se tambalea y cae por el borde de la roca al mar.
Rápidamente miro a Otta para que se lance a salvarla. Un biólogo me diría que es imposible pero juraría que la vi levantar una ceja con sorna antes de mirar para otro lado. Lo bueno de ir desnudo es que no pierdes tiempo en desatarte los zapatos. Agarrándome las joyas de la corona y el cetro salto al vacío. Al principio contengo la respiración pero cuando el pánico me llena intento lanzar un gruñido varonil. Una parte de mi cerebro se impresiona de que no me quede aire para seguir gritando y aun siga cayendo.
El impacto contra el agua es brutal, siento un dolor agudo en los tobillos y se me entumece todo un costado por el impacto. Braceo para alejarme de las olas que golpean la base del monolito. Apenas noto el agua fría mientras elevando el cuello ubico a Xaloc. Antes de lanzarme a nadar, hago un gesto confiado a Otta para que se lance. Pero ella se retira del borde. No hay tiempo que perder así que comienzo a nadar.
No llevo veinte metros cuando, por encima del ruido de las olas y de la lluvia, oigo un gran chapuzón detrás de mí. Y al poco voy al rescate, surcando el mar a toda velocidad sujeto al cuello de mi colega.
Fin Parte uno.
Kwentaro, doce de abril del dos mil nueve.
7 comentarios:
Vaaaale... No soy yo la más indicada para decir esto, pero, ¿y la segunda parte para cuando? :)
puede que yo tampoco lo sea... pero quiero saber que va a pasar!!!!!
No tenia muy claro lo de seguir hasta que he leido vuestros comentarios.. =)
Me estoy animando!
Pues sí, me encantaría saber cómo acaba esta historia tuya.
Por cierto, dile a Krista (no sé como se escribe su nombre) que gracias por el cuento que le dio a Sergio sobre las princesas y su papel en los cuentos de hadas (que si contesto tan tarde es por cosas del propio Forvetor, si eso que le pregunte a él).
Está bien, y los dibujos también, sencillos y con un desaliño que, extrañamente, me gusta, y repletitos de colores, alegres...
También gracias a tí si se lo cuentas, ¡ah, y perdó por usar esta vía privada tuya para intentar comunicarme con terceras personas!, pero sino, lo mismo se lo digo al oso panda hoy y te lo cuenta cuando comencemos de nuevo el taller, ja.
Jeje ya le he trasmitido tu mensaje.
Has escrito bien el nombre, y no hay nada que perdonar por usar este formato.
Ya te enviare mi mail y el de ella para que estemos en contacto mas facilmente (o pideselo al oso panda =) )
eso, una segunda parte que la foca sea la prota XDD
Mándame tú los mail de ambos (así puedo hacer negocios contigo, ya te cuento...) que Sergio pasa de mi...
Por si interesa, mi correo es isaecs@hotmail.com
Publicar un comentario