Los últimos metros bajo la
lluvia, te dejan empapado y de mal humor. Te paras a la entrada de tu casa, y
con el codo enciendes la sombría luz del pasillo.
-Menuda mierda... –mascullas
cuando ves el felpudo lleno de barro y agua.-
Sujetas la cena y la compra con
la mano derecha mientras con la izquierda tratas de sacar la llave de la
cerradura. Luchas con la puerta cuando el hombro empieza a contractarse por el
peso de la compra, y entonces las bolsas de papel, mojadas, ceden y riegan la cena
por el suelo. El pollo con fideos parece un accidente de tráfico a tus pies.
-¡Me cago en la puta! ¡Joder!
–Dejas que el resto de la compra caiga al suelo, sacas la llave de la cerradura
y cierras la puerta de un portazo.-
¡JODER!
Momentos después estás sentado en
un viejo taburete bajo la ducha caliente. La compra y la cena olvidadas en el
suelo de la entrada. Tus dedos masajean el hombro. La vieja contractura de
siempre. Un suspiro sale de tus labios y apoyas la cara contra las manos
temblorosas. Cierras los ojos y dejas que el agua te resbale por la cabeza, la
cara, el torso, el abdomen...
Ha sido un día de mierda,
necesitas desconectar, evadirte, relajarte... cuando pasa por tu mente la idea
de hacerte una paja. Una rápida, solo para descargar y quedarte a gusto. Una buena
corrida para que al menos el día termine bien.
El agua caliente a presión hace
los preliminares y para cuando te agarras la polla ya tienes media erección.
Estiras los pies en la ducha y comienzas el vaivén.
Media hora después, frustrado,
incapaz de correrte, te levantas con furia y empiezas a machacártela con
frenesí. El agua hirviendo cae sobre ti mientras jadeas y sudas. –Vamos, vamos,
joder...- Llegas al clímax para tener una corrida insignificante e
insatisfactoria.
Sales de la ducha cabreado. Desnudo
miras el espejo empañado. No sabes si de verdad quieres ver la imagen que te va
a devolver el espejo. Empieza a darte un hormigueo sordo en la punta de los
dedos y los testículos. Nauseas o un retortijón de hambre trata de roerte las
entrañas.
Tu mano temblorosa limpia el
vaho. Tu piel blanca se ve ahora roja escaldada por el agua hirviendo. Piel
roja, demasiado roja.
Acercas la cara al espejo para
verte la piel, con el dedo índice sondeas los huecos entre los dientes. Parece
que hay algo entre los premolares: unas hebras de carne del kebab del medio
día. Haces algo de palanca para sacarla cuando la uña con un chasquido se
desprende de la carne del dedo.
-Joder... – dices asustado
mientras escupes la uña al lavabo.- Joder...
Miras intensamente tu mano, el
corazón late espeso y desaforado dentro de tu pecho. Las nauseas aumentan.
-Joder, joder, joder... -gimes cuando al masajearte los dedos las uñas, una a
una, se van desprendiendo.
Es entonces cuando oyes el ruido
sordo y viscoso de algo que golpea el suelo bajo tí. Te separas del lavabo para
ver tu pene y tus testículos en el suelo, desprendiendo plasma rosado sobre la
alfombra del baño. En tu entrepierna, una úlcera abierta chorrea sangre y
semen.
Como un tren expreso las nauseas
suben por tu garganta. El kebab impacta contra tu imagen en el espejo. Las
arcadas se suceden una y otra vez, tus ojos inyectados en sangre te devuelven
una turbia mirada. Incapaz de decir nada, luchas por introducir aire en tus
pulmones. El almuerzo da paso al desayuno, éste a la bilis, y la bilis verde a
la sangre roja...
La nausea pasa por unos momentos.
Unos gases nauseabundos salen de tu garganta. Gimes aterrorizado y caes al
suelo sobre la alfombra, tambaleante tratas de arrastrarte hacia el pasillo
para pedir ayuda, pero tu mano inconsciente aplasta tu pene, que queda hecho
una gelatina bajo ella. Tras unos segundos de estupefacción recoges los
testículos y los pones sobre la tapa del váter, a salvo.
Lloriqueando, tratando de
alcanzar el pasillo, empiezas a respirar entrecortadamente, los gases escapan
de tu esfínter. La atmosfera húmeda del baño es asquerosa. Es entonces cuando
notas como te llega otra arcada. Te paras tratando de respirar lenta y
profundamente.
La contracción del tórax y el
abdomen es brutal, tus muslos se llenan de mierda, mientras ésta sale a
borbotones por tu culo. Pero lo peor son los coágulos de sangre que sacas por
tu nariz y boca. Una y otra vez las arcadas bombean tus tripas por la garganta.
Lo primero en salir es el estomago, violáceo; luego le sigue el bazo, oscuro y
podrido, el páncreas y el hígado salen hechos puré, como un montón de mierda.
Lo último son los pulmones.
Caes inmóvil mirando la puerta de
la calle, pequeños espasmos inconscientes sacuden tu cuerpo mientras mueres...
Pero tu mente sigue funcionando,
horas después, poco a poco, la estupefacción te hace ir saliendo de tu
catatonia. Aún inmóvil miras la puerta de entrada. Un ojo tuyo parpadea, el
cuello realiza un brusco espasmo cuando te llega el olor del pollo con fideos
del suelo.
Cuando de repente en tu mente
estalla una algarabía.
-¿Has terminado la metamorfosis?... ¡Bienvenido a la colmena hermano!
Kwentaro
Veinticuatro de octubre
del dos mil once.
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