jueves, 16 de julio de 2015

Totenkopf 2



El Cairo. Abril de 1942.

Al atardecer bajé al hall del hotel con bastante mal humor. Llevaba el diario, los libros y el extraño abrecartas conmigo en la bolsa de tela. No había conseguido dormir la siesta, la única cosa productiva que se puede hacer en las calurosas tardes del Cairo. Las imágenes del diario de mi tía abuela, donde se la veía con importantes personalidades del movimiento nazi, hostigaban mi mente. 

De camino al “gentlemen club” del hotel vi al criado sikh de mi tía abuela, Satiat, discutiendo con el recepcionista. Probablemente pidiéndole el número de mi habitación. Número que específicamente había pedido que no le dieran. La verdad es que lo había estado evitando. El viejo indio estaba bastante molesto por mi decisión de deshacerme de las reliquias de mi tía, y por lo que podía ver había convencido a algún viejo camarada de la 4ª división británica hindú para que le ayudase a entrar en el hotel.

Dejé de lado las mesitas de mimbre, con vistas al jardín, para sentarme en la barra, a pocos pasos del cartel “Prohibido perros e indios” y del camarero de uniforme blanco que vigilaba la entrada al club del hotel. Me quedaban dos semanas para reincorporarme a mi unidad en Gibraltar y ni el tiempo ni mis negocios estaban yendo bien. Mejor pasar desapercibido.

El barman, un tipo espigado, repeinado y de gran bigote, me ofreció una ginebra con tónica.

-La quinina le vendrá bien para alejar a los mosquitos, señor. –me dijo con un marcado acento escocés.

-Que sea un Macallan… single malt 18 años. -¡Qué diablos!, pagaba tía Dolors.- El camarero se fijó de nuevo en mi. Había respeto en su mirada.

-De pequeño pescaba salmones con mi padre en el rio Spey, cerca de la finca Macallan. Mi nombre es Grigoair McBainhrydge, permítame estrecharle la mano, sir.

-¡Ja! El destino nos ha unido Grigoair. El placer es mío, y olvida el sir, puedes llamarme Lawrence.- dije devolviéndole la cortesía y sonriendo por primera vez en días.

-Que le trae al Cairo, Lawrence.-demonios, que tipo tan agradable, dan ganas de contárselo todo.

-Asuntos familiares, tristes asuntos familiares, me temo... dios, había olvidado lo bueno que era.-dije paladeando el whisky.

-Es un whisky de las Highland.- dijo el barman con orgullo.

-Envejecido en barricas de vino de Jerez. O eso decía mi madre. Ella era catalana sabe, un lugar con un clima más agradable que este.

-Y más benévolo que nuestra Gran Bretaña, sin duda.

Me sumí en un tren de pensamientos nostálgicos, mientras Grigoair limpiaba vasos con elegancia. Observaba como a medida que el sol iba descendiendo en el horizonte, sus rayos iban acercándose lentamente a mis pies, mi mente volaba a los viejos buenos tiempos cuando iba de senderismo con mi madre por Montserrat. Pedí una segunda copa mientras el sol seguía su lento avance, como un viejo amigo que viene a saludar.

-Tal vez puedas ayudarme, Grigoair. 

El Barman me observo paciente, invitándome a continuar.-me encanta la gente silenciosa.

-Busco un anticuario con el que deshacerme de una herencia. Pero desde que he llegado parece que solo atraigo ratas.-me quejé dándole un sorbo al whisky. 

-Pues se encuentra en uno de los mejores sitios donde conocer gente con contactos y dinero. Sin ir más lejos, en aquella mesa jugando al bridge tiene a Nkosi Nourbese, empresario egipcio, y a Curtis Darrell, hijo del dueño de los astilleros Darrell, una de las mayores fortunas del Cairo.

Mis ojos, sin embargo, se fueron a una mesa cerca del jardín. Fuera de los límites del club de caballeros. Observé a una joven, que vestida con un traje color crema, un sombrerillo a juego y un paraguas para el sol, tomaba el té con la espalda increíblemente erguida. Sujetaba uno de esos vasitos labrados árabes mientras con una sonrisa serena observaba la fuente de piedra y el vaivén de las palmeras. No pude evitar una sonrisa maquiavélica cuando vi como sus manos acariciaban el lomo de cuero de un viejo libro.

-Esa señorita de ahí es la filántropa Miss Britanny Ashley-Brooks, hija del profesor Benjamin Ashley del National History Museum y de Camil Brooks, exploradora de la National Geographic Society.- dijo Grigoair siguiendo mi mirada.

-Sírvete un Macallan, Grigoair, y deséame suerte. 

-¡Con gusto, señor!

De un trago me acabé el Macallan y la observé. ¿Que decía mi instructor? ¿Cuál era la estrategia con una chica así? El abordaje directo no funcionaría, esa espalda tan recta, culta, hija de una mujer independiente y un literato… estaba por encima del común de los mortales… halagarla o invitarla a algo no serviría de nada, estaría más que acostumbrada y además aburrido. Ignorarla, para que quisiera mi atención… tal vez desplegando mis encantos en alguna mesa cercana… tampoco… ya tenía un buen libro por compañía y parecía una mujer de mundo. Menospreciarla… tratarla como a una chiquilla. Egipto es un mundo de hombres y estamos en guerra, tratará de demostrarme su valía… pero si se huele el truco, lo tendré todo perdido… ¡Ah! El instinto maternal, el misterio, hacerme el desvalido… ¡Eso es!

-Grigoair, puedes llevarme un té a esa mesa cercana a la señorita.-rebusqué en mi mochila y cargué con todo el hatillo de libros y parafernalia hacia la mesa contigua. De reojo vi a Satiat y a su amigo uniformado. Estaba haciendo aspavientos discutiendo con el recepcionista. Algunos turistas curiosos se agolpaban alrededor, uno de ellos se giró y miró en mi dirección, ¡Una mujer con pantalones y casco de moto! Como cambian los tiempos.

Me senté de lado, desplegué algunos de los títulos más llamativos. Y simulé estar consternado por la lectura. Cuando Grigoair me trajo el té fui extremadamente cortes. 

-¡Gracias, señor McBainhrydge!

-Siempre a su servicio profesor Lawrence.-El tuteo y el afecto en la voz, llamaron la atención de Miss Britanny. Ahh truhán, este hombre era un artista, tendré que dejarle una buena propina.

Me detuve unos segundos a probar el té y volví a la lectura. Mantuve mi mirada en los libros durante minutos mientras me aseguraba de tener la pose más elegante y misteriosa que pudiera. Pasaba de un libro a otro, mientras tomaba algunas notas en la parte final del diario de mi abuela. Y cuando noté que me observaba intrigada, lancé el anzuelo.

-Esto no tiene ningún sentido.-mascullé, mientras me masajeaba las sienes. Lo decía en serio. En concreto, el fragmento transcrito de las estancias de Dzyan, era un galimatías. Un momento después solté un sutil suspiro para llamar la atención.

Funcionó.

-Disculpe, caballero. No he podido evitar fijarme, algunos de los libros que porta son exquisitamente extraños.

-¿Perdón? ¡Ohh! En efecto señorita, son tan raros como indescifrables. Me llevan de cabeza si le soy sincero.-reí encantadoramente.-pero, mis disculpas, ni siquiera me he presentado. Mi nombre es Lawrence Frederick-Llopis, a su servicio.

-Miss Britanny Ashley-Brooks.-dijo con nobleza y no sé cómo me lió para que me autoinvitase a su mesa. Pasamos la siguiente media hora, charlando y riendo. Un ejercicio que requirió de toda mi concentración. Daba la sensación de que iba un paso por delante de mí todo el tiempo. 

Estaba interesada en los libros desde luego. Pero a medida que la velada transcurría su interés hacia mí se hizo notable. Dos caídas de ojos seguidas, una sonrisa seductora y un roce de su mano, me pusieron más alerta y me bajaron el efecto del whisky más rápido que el aullido de un stuka en picado.

En una mesa cercana la mujer de los pantalones me lanzó una mirada divertida, pero concentrado en mi “cliente” mi cerebro la ignoró.

Resultó además que nuestras respectivas suites estaban en la misma planta, en el ala noble del hotel, sobre los jardines y las fuentes refrescantes. Con lo que finalmente me relajé y acepté escoltarla hasta su suite. 

Afortunadamente, no había rastro de Satiat, en el salón. Subí la escalera con Miss Britanny confortablemente apoyada en mi brazo. Cortésmente le indiqué cual era mi suite, por si necesitaba cualquier cosa de mí. Me paré ante su puerta como un perfecto caballero y traté de concertar una cita para el día siguiente, donde le mostraría el resto de mi maravillosa colección de libros.

-Ohh Lawrence…-dijo en un susurro, mientras se mordía el labio inferior y se soltaba el recogido que llevaba en el pelo. Luego se sumió en las tinieblas de su habitación, dejando la puerta entreabierta. 

¡Qué diablos! Ya buscaría otro anticuario mañana. 

Me dispuse a entrar y con una sonrisa socarrona miré a mi alrededor pagado de mi mismo. Cuando de mi suite salió Khalid ibn Fadil, el anticuario con cara de comadreja, con la mano enyesada y acompañado de dos tipos rubios malcarados. Se notaban que andaban frustrados y buscando pelea. No habían encontrado lo que buscaban.

Me giré rezando para que no me viesen abrazando la mochila de tela, justo a tiempo de ver que por la escalera subía Satiat con la policía militar británica y me señalaba con el dedo.

¡Policía militar! ¡El viejo resentido me ha delatado! Me ahorcarán por espía si los nazis que acompañaban al anticuario no me matan antes.

A cámara lenta miré al otro lado, para ver como el anticuario copto me reconocía y ladraba una orden a sus secuaces. Cualquiera podía ver que llevaban la etiqueta Schutzstaffel colgada sobre las cabezas. Aunque por si no quedaba claro que era SS, uno de ellos desenfundó una semiautomática luger. La policía militar británica también lo vio.

Con un ágil paso entré en la oscuridad de la suite de Miss Britanny y tranqué la puerta detrás de mí. Busqué el balcón en la oscuridad, agarré la mochila y cogiendo aire me precipite hacia él.

Entonces estalló el caos, Miss Britanny me interceptó antes de llegar al balcón y me besó mientras sus manos me arrancaban los botones de la camisa. En el pasillo se desató un tiroteo y la puerta de la suite fue abierta de una patada. 

La figura de un SS armado se perfiló en el umbral y la luz del pasillo mostró una semidesnuda Britanny, en ese punto perdió el Miss, que tapándose con una cortina comenzó a chillar. 

En cuanto el nazi abrió fuego sobre nosotros tomé la decisión, cogí a Britanny, la cortina y mi mochila y salté hacia las fuentes de agua refrescante del jardín.

Kwentaro, Quince de julio del dos mil quince.

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