El Cairo. Abril de 1942.
Al atardecer bajé al hall del
hotel con bastante mal humor. Llevaba el diario, los libros y el extraño
abrecartas conmigo en la bolsa de tela. No había conseguido dormir la siesta,
la única cosa productiva que se puede hacer en las calurosas tardes del Cairo. Las
imágenes del diario de mi tía abuela, donde se la veía con importantes
personalidades del movimiento nazi, hostigaban mi mente.
De camino al “gentlemen club” del
hotel vi al criado sikh de mi tía abuela, Satiat, discutiendo con el
recepcionista. Probablemente pidiéndole el número de mi habitación. Número que
específicamente había pedido que no le dieran. La verdad es que lo había estado
evitando. El viejo indio estaba bastante molesto por mi decisión de deshacerme
de las reliquias de mi tía, y por lo que podía ver había convencido a algún
viejo camarada de la 4ª división británica hindú para que le ayudase a entrar
en el hotel.
Dejé de lado las mesitas de
mimbre, con vistas al jardín, para sentarme en la barra, a pocos pasos del
cartel “Prohibido perros e indios” y del camarero de uniforme blanco que
vigilaba la entrada al club del hotel. Me quedaban dos semanas para
reincorporarme a mi unidad en Gibraltar y ni el tiempo ni mis negocios estaban yendo
bien. Mejor pasar desapercibido.
El barman, un tipo espigado, repeinado
y de gran bigote, me ofreció una ginebra con tónica.
-La quinina le vendrá bien para
alejar a los mosquitos, señor. –me dijo con un marcado acento escocés.
-Que sea un Macallan… single malt
18 años. -¡Qué diablos!, pagaba tía Dolors.- El camarero se fijó de nuevo en
mi. Había respeto en su mirada.
-De pequeño pescaba salmones con
mi padre en el rio Spey, cerca de la finca Macallan. Mi nombre es Grigoair
McBainhrydge, permítame estrecharle la mano, sir.
-¡Ja! El destino nos ha unido
Grigoair. El placer es mío, y olvida el sir, puedes llamarme Lawrence.- dije
devolviéndole la cortesía y sonriendo por primera vez en días.
-Que le trae al Cairo, Lawrence.-demonios,
que tipo tan agradable, dan ganas de contárselo todo.
-Asuntos familiares, tristes
asuntos familiares, me temo... dios, había olvidado lo bueno que era.-dije
paladeando el whisky.
-Es un whisky de las Highland.-
dijo el barman con orgullo.
-Envejecido en barricas de vino
de Jerez. O eso decía mi madre. Ella era catalana sabe, un lugar con un clima
más agradable que este.
-Y más benévolo que nuestra Gran
Bretaña, sin duda.
Me sumí en un tren de
pensamientos nostálgicos, mientras Grigoair limpiaba vasos con elegancia.
Observaba como a medida que el sol iba descendiendo en el horizonte, sus rayos
iban acercándose lentamente a mis pies, mi mente volaba a los viejos buenos
tiempos cuando iba de senderismo con mi madre por Montserrat. Pedí una segunda
copa mientras el sol seguía su lento avance, como un viejo amigo que viene a
saludar.
-Tal vez
puedas ayudarme, Grigoair.
El
Barman me observo paciente, invitándome a continuar.-me encanta la gente
silenciosa.
-Busco un anticuario con el que
deshacerme de una herencia. Pero desde que he llegado parece que solo atraigo
ratas.-me quejé dándole un sorbo al whisky.
-Pues se encuentra en uno de los
mejores sitios donde conocer gente con contactos y dinero. Sin ir más lejos, en
aquella mesa jugando al bridge tiene a Nkosi Nourbese, empresario egipcio, y a
Curtis Darrell, hijo del dueño de los astilleros Darrell, una de las mayores
fortunas del Cairo.
Mis ojos, sin embargo, se fueron
a una mesa cerca del jardín. Fuera de los límites del club de caballeros.
Observé a una joven, que vestida con un traje color crema, un sombrerillo a
juego y un paraguas para el sol, tomaba el té con la espalda increíblemente
erguida. Sujetaba uno de esos vasitos labrados árabes mientras con una sonrisa
serena observaba la fuente de piedra y el vaivén de las palmeras. No pude
evitar una sonrisa maquiavélica cuando vi como sus manos acariciaban el lomo de
cuero de un viejo libro.
-Esa señorita de ahí es la
filántropa Miss Britanny Ashley-Brooks, hija del profesor Benjamin Ashley del
National History Museum y de Camil Brooks, exploradora de la National
Geographic Society.- dijo Grigoair siguiendo mi mirada.
-Sírvete un Macallan, Grigoair, y
deséame suerte.
-¡Con gusto, señor!
De un trago me acabé el Macallan
y la observé. ¿Que decía mi instructor? ¿Cuál era la estrategia con una chica así?
El abordaje directo no funcionaría, esa espalda tan recta, culta, hija de una
mujer independiente y un literato… estaba por encima del común de los mortales…
halagarla o invitarla a algo no serviría de nada, estaría más que acostumbrada
y además aburrido. Ignorarla, para que quisiera mi atención… tal vez
desplegando mis encantos en alguna mesa cercana… tampoco… ya tenía un buen
libro por compañía y parecía una mujer de mundo. Menospreciarla… tratarla como
a una chiquilla. Egipto es un mundo de hombres y estamos en guerra, tratará de
demostrarme su valía… pero si se huele el truco, lo tendré todo perdido… ¡Ah!
El instinto maternal, el misterio, hacerme el desvalido… ¡Eso es!
-Grigoair, puedes llevarme un té
a esa mesa cercana a la señorita.-rebusqué en mi mochila y cargué con todo el
hatillo de libros y parafernalia hacia la mesa contigua. De reojo vi a Satiat y
a su amigo uniformado. Estaba haciendo aspavientos discutiendo con el
recepcionista. Algunos turistas curiosos se agolpaban alrededor, uno de ellos
se giró y miró en mi dirección, ¡Una mujer con pantalones y casco de moto! Como
cambian los tiempos.
Me senté de lado, desplegué
algunos de los títulos más llamativos. Y simulé estar consternado por la
lectura. Cuando Grigoair me trajo el té fui extremadamente cortes.
-¡Gracias, señor McBainhrydge!
-Siempre a su servicio profesor
Lawrence.-El tuteo y el afecto en la voz, llamaron la atención de Miss
Britanny. Ahh truhán, este hombre era un artista, tendré que dejarle una buena
propina.
Me detuve unos segundos a probar
el té y volví a la lectura. Mantuve mi mirada en los libros durante minutos
mientras me aseguraba de tener la pose más elegante y misteriosa que pudiera.
Pasaba de un libro a otro, mientras tomaba algunas notas en la parte final del
diario de mi abuela. Y cuando noté que me observaba intrigada, lancé el
anzuelo.
-Esto no tiene ningún
sentido.-mascullé, mientras me masajeaba las sienes. Lo decía en serio. En
concreto, el fragmento transcrito de las estancias de Dzyan, era un galimatías.
Un momento después solté un sutil suspiro para llamar la atención.
Funcionó.
-Disculpe, caballero. No he
podido evitar fijarme, algunos de los libros que porta son exquisitamente
extraños.
-¿Perdón? ¡Ohh! En efecto
señorita, son tan raros como indescifrables. Me llevan de cabeza si le soy
sincero.-reí encantadoramente.-pero, mis disculpas, ni siquiera me he
presentado. Mi nombre es Lawrence Frederick-Llopis, a su servicio.
-Miss Britanny Ashley-Brooks.-dijo
con nobleza y no sé cómo me lió para que me autoinvitase a su mesa. Pasamos la
siguiente media hora, charlando y riendo. Un ejercicio que requirió de toda mi
concentración. Daba la sensación de que iba un paso por delante de mí todo el
tiempo.
Estaba interesada en los libros
desde luego. Pero a medida que la velada transcurría su interés hacia mí se
hizo notable. Dos caídas de ojos seguidas, una sonrisa seductora y un roce de
su mano, me pusieron más alerta y me bajaron el efecto del whisky más rápido
que el aullido de un stuka en picado.
En una mesa cercana la mujer de
los pantalones me lanzó una mirada divertida, pero concentrado en mi “cliente”
mi cerebro la ignoró.
Resultó además que nuestras
respectivas suites estaban en la misma planta, en el ala noble del hotel, sobre
los jardines y las fuentes refrescantes. Con lo que finalmente me relajé y
acepté escoltarla hasta su suite.
Afortunadamente, no había rastro
de Satiat, en el salón. Subí la escalera con Miss Britanny confortablemente
apoyada en mi brazo. Cortésmente le indiqué cual era mi suite, por si necesitaba
cualquier cosa de mí. Me paré ante su puerta como un perfecto caballero y traté
de concertar una cita para el día siguiente, donde le mostraría el resto de mi
maravillosa colección de libros.
-Ohh Lawrence…-dijo en un
susurro, mientras se mordía el labio inferior y se soltaba el recogido que
llevaba en el pelo. Luego se sumió en las tinieblas de su habitación, dejando
la puerta entreabierta.
¡Qué diablos! Ya buscaría otro
anticuario mañana.
Me dispuse a entrar y con una
sonrisa socarrona miré a mi alrededor pagado de mi mismo. Cuando de mi suite
salió Khalid ibn Fadil, el anticuario con cara de comadreja, con la mano
enyesada y acompañado de dos tipos rubios malcarados. Se notaban que andaban
frustrados y buscando pelea. No habían encontrado lo que buscaban.
Me giré rezando para que no me
viesen abrazando la mochila de tela, justo a tiempo de ver que por la escalera
subía Satiat con la policía militar británica y me señalaba con el dedo.
¡Policía militar! ¡El viejo
resentido me ha delatado! Me ahorcarán por espía si los nazis que acompañaban
al anticuario no me matan antes.
A cámara lenta miré al otro lado,
para ver como el anticuario copto me reconocía y ladraba una orden a sus
secuaces. Cualquiera podía ver que llevaban la etiqueta Schutzstaffel colgada
sobre las cabezas. Aunque por si no quedaba claro que era SS, uno de ellos
desenfundó una semiautomática luger. La policía militar británica también lo
vio.
Con un ágil paso entré en la
oscuridad de la suite de Miss Britanny y tranqué la puerta detrás de mí. Busqué
el balcón en la oscuridad, agarré la mochila y cogiendo aire me precipite hacia
él.
Entonces estalló el caos, Miss
Britanny me interceptó antes de llegar al balcón y me besó mientras sus manos
me arrancaban los botones de la camisa. En el pasillo se desató un tiroteo y la
puerta de la suite fue abierta de una patada.
La figura de un SS armado se
perfiló en el umbral y la luz del pasillo mostró una semidesnuda Britanny, en
ese punto perdió el Miss, que tapándose con una cortina comenzó a chillar.
En cuanto el nazi abrió fuego
sobre nosotros tomé la decisión, cogí a Britanny, la cortina y mi mochila y
salté hacia las fuentes de agua refrescante del jardín.
Kwentaro, Quince de julio del dos
mil quince.
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